—¡Papá! ¿Llegamos ya?
Tiré al niño por la ventanilla.
—¡Mi niño!
Tiré a mi mujer por la otra ventanilla.
—¡Por fin en paz!
Cuando se hizo de noche y empezó la tormenta, llegué a la casa de mi suegra.
—Toc. Toc —llamé dos veces.
—Paaaseee —dijo el mayordomo.
La casa de mi suegra era un lugar acogedor.
—Hola, golfo —dijo al llegar mi suegra. Mi querida suegra.
—¿Cómo va?
—Bien. El plan sigue en marcha. Dentro de poco tiempo dominaremos el mundo. ¡Jia jia jia jia jiaaah…!
Pobrecita. Le había dado un ataque al corazón por reírse tan fuerte.
Entré en la sala de experimentos y me puse a pulsar botoncitos como un loco. Apareció el monstruo.
El monstruo medía alrededor de dos metros y apenas se le podían ver los ojos.
—Tengo hambre —dijo el monstruo: sus primeras palabras.
—¡Está vivo!
—Tengo hambre.
—Ya lo sé.
—Tengo hambre.
No podía creerlo. ¡Me había salido rana el bicho! Después de tanto tiempo haciendo el idiota, había dado vida al monstruo más tonto del mundo.
—Tengo hambre —dijo el monstruo, que abrió la boca y me engulló como si tal cosa.
Así que desde entonces tengo que vivir encerrado en el laboratorio, encerrado en mi monstruo. Tengo hambre. Tengo hambre. Tengo hambre…
