…esto no es un subtítulo…
2010-01-13
Una firma, nada más que un pequeño rastro de tinta en un trozo de papel, sirve para probar la conformidad y vida de una persona. La firma se convierte en una extensión natural del signatario, un fragmento de presencia hecho sustancia caligráfica.
Acostumbrado como está el hombre de la calle a estampar su nombre y rúbrica sin pensar mucho en ello, cae a menudo en sobreesfuerzos inútiles cuando combina el antiguo arte de la firma con la preparación de documentos electrónicos. De vez en cuando podemos ver cómo alguien digitaliza con un escáner su firma autógrafa e inserta laboriosamente el resultado en un documento electrónico que reside en la memoria de un ordenador. ¿Vale el delicado proceso para algo? Está claro que la firma reducida a un fichero informático infinitamente duplicable por medios automáticos no da mucha autenticidad a un documento: cualquiera puede introducir la imagen digitalizada de la firma donde le apetezca (y no es raro el uso por encargo de imágenes con firmas de terceros). Así podríamos hacer un bonito fotomontaje, un collage con las imágenes digitalizadas de las firmas de miles de personas; su valor identificativo sería simplemente nulo. Para que la firma autógrafa tenga algún valor, ha de estar ejecutada sobre una copia impresa del documento, pues es la elaboración manual la que da autenticidad a la firma, y eso sólo será cierto mientras una máquina barata no sea capaz de engañar al más experto perito calígrafo. Para identificar al signatario de un documento electrónico están las firmas criptográficas, bestias completamente distintas a las aquí tratadas y quizá con menos valor romántico.
Categorías: Miscelánea
Permalink: https://sgcg.es/articulos/2010/01/13/la-firma-y-el-fotomontaje/