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La manía de eliminar el Senado

2012-07-17

Está de moda pedir la eliminación del Senado en España. Esta manía encuentra su justificación en unos datos económicos que son erróneos hasta decir basta y en la ignorancia sobre la función de la cámara de representación territorial.

¿Es el Senado muy costoso?

Eso depende de qué consideremos como «costoso», pero si el incauto lector pensaba en algo tan caro como miles de millones de euros al año (¿por qué no trillones o quintillones?), hay que recordar que los presupuestos están disponibles para el público. En los presupuestos de 2012, el Senado cuesta unos cincuenta y tres millones de euros, mientras que el Congreso de los Diputados cuesta un poco menos que ochenta y siete millones de euros.

¿Para qué sirve el Senado si ya está el Congreso de los Diputados?

El Congreso de los Diputados se supone que representa directamente al pueblo español, mientras que el Senado se supone que es de representación territorial. Resulta que tales características distintivas no están tan marcadas como podría ser, pero lo que se discute no es la deficiente representación global del Congreso de los Diputados ni la deficiente representación territorial del Senado.

Ni la población ni las circunstancias son uniformes por todo el territorio nacional, así que es legítimo considerar que compartir el Estado en territorios (si tal división está bien hecha) puede servir para compartimentar a su vez los intereses comunes no uniformes de los ciudadanos hasta un nivel manejable pero con suficiente granularidad. Así, un sistema de representación territorial permite hacerse eco de intereses importantes que serían ignorados si sólo hubiera representación global. Esto favorece a los territorios poco poblados: sin representación territorial, incluso en una situación en la que todos los ciudadanos obraran de buena fe y por el bien común, sería posible que los habitantes de los territorios más poblados, perjudicaran sistemáticamente en su ignorancia a los habitantes de los territorios poco poblados. Por supuesto, hay que evitar la situación opuesta: que los territorios poco poblados acaben perjudicando por sistema a los muy poblados.

Veamos lo descrito en el anterior párrafo con un ejemplo. Digamos que tenemos un Estado dividido en tres territorios: A, B y C. Resulta que el territorio A tiene más población que B y C juntos. Imaginemos en primer lugar que no hay Senado. La mayoría del Congreso de los Diputados es a su vez mayoritariamente del territorio A. En un ejercicio de cortoplacismo suicida, la mayoría parlamentaria aprueba un paquete de medidas de castigo a la industria de las energías renovables. El territorio B tiene recursos eólicos importantes que podrían generar muchos empleos, mientras que el territorio C tiene centros punteros de investigación y desarrollo de energía solar fotovoltaica. La medida, por lo tanto, atenta contra intereses muy inmediatos de B y C. En el caso de haber un Senado, el paquete de medidas habría sido probablemente bloqueado al valer el voto de B lo mismo que el voto de C y éste lo mismo que el voto de A. Por supuesto, una cámara de representación territorial es una delicada arma de doble filo y bien podría ser usada por B y C para perjudicar a A.

Igual que hay representación territorial, sería posible compartimentar los intereses de los ciudadanos de acuerdo a criterios diferentes. El límite máximo de granularidad de la compartimentación estaría en el nivel del individuo; acercarnos tanto a esto como fuera posible en un sistema parlamentario nos llevaría a una cámara en la que cada representante respondería ante un subconjunto discreto (y disjunto de los de los demás representantes) del total de votantes. Tras añadir imperfecciones, acabaríamos con algo semejante al Congreso de los Diputados: sin un mecanismo de control inmediato que permita a los ciudadanos presionar sobre sus representantes correspondientes en tiempo real, todas las cámaras acaban pareciéndose a cámaras de representación global que actúan libremente entre elecciones.

Entonces, ¿qué piden quienes hablan de eliminar el Senado?

Piden mermar más nuestra ya pobre democracia. Quienes piensan que los representantes son élites desconectadas de la realidad vivida por el pueblo, han de tener en cuenta que al menos con los senadores pueden tener ciertos intereses comunes (pueden aprovechar que los senadores traten de «barrer para casa»), mientras que tal conexión sería más tenue con los diputados. En cualquier caso, el problema de las élites desconectadas no es consecuencia necesaria del funcionamiento de las Cortes españolas (aunque éstas sí parecen proclives a cobijar estos vicios).


Categorías: Miscelánea

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