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La bobada de prohibir el burka

2010-06-24

Este artículo va a disgustar a mucha gente. Por fortuna, en el momento de escribir estas líneas todavía existía la libertad de expresión.

Últimamente está muy de moda en España amenazar con prohibir el uso del burka y otras prendas que cubren cabeza y a veces rostro de muchas mujeres musulmanas. La excusa para esta invasión de la libertad de vestimenta suele ser la defensa de la dignidad de las mujeres. Tal cosa no tiene fundamento; las mujeres que visten con estas prendas de forma voluntaria conservan la dignidad intacta porque obran libremente, mientras que las mujeres que ven cómo sus cónyuges las obligan por la fuerza a vestir ropas que consideran indignas ya están protegidas por el marco legal vigente, desde la actual Constitución española hasta textos más particulares. Podemos obtener a pie de calle argumentos como éste, quizá más ajustados a la mentalidad real de los aficionados a las prohibiciones:

Si vienen aquí (las mujeres musulmanas a España), que se adapten a nuestras costumbres.

Habría que preguntar cuáles son esas costumbres nuestras tan famosas y arraigadas. ¿Habrá que vestir a partir de ahora con las prendas tradicionales de cada pueblo? ¿Qué pasa con los lugares donde tales vestimentas no existen? ¿Son acaso ropas tradicionales españolas los trapos que salen de las casas de diseño de París, Londres, Milán y Nueva York? Hay que asumir lo evidente: la cultura no es algo a lo que los hombres han de servir, sino que es un fenómeno emergente de las propias interacciones interpersonales: la cultura no es una estructura inmóvil, sino que es algo vivo que hace la gente. Además de basarse en una definición oportunista de lo que son «nuestras costumbres», la prohibición de una manifestación cultural sólo porque ésta es considerada extraña es peligrosa y no se ajusta a derecho.

Volvamos al argumento de la dignidad. Como veíamos, esa entidad abstracta conocida como «la mujer» no se ve disminuida cuando unas cuantas personas deciden libremente llevar unas prendas que las cubren en gran medida o incluso por completo. Cada cual está en su pleno derecho de opinar que estos ropajes son estrambóticos o siguen la tendencia opuesta a la del destape progresivo que tanto esfuerzo costó lograr en España; ahora bien, estos juicios de valor no pueden servir de fundamento para restringir la libertad de vestuario. Le pese a quien le pese, en este país es perfectamente legal llevar cualquier cantidad de ropa, lo que incluye ir completamente desnudo o cubrirse con un burka. En cuanto a la posibilidad de que los ropajes de la discordia sean una humillación para las mujeres al suponer que sus cuerpos son algo indecente que hay que tapar, debemos recordar que las leyes han de evitar meterse en el santuario de los pensamientos de cada uno. He aquí un ejemplo que demuestra lo ridículo del planteamiento: si un hombre barrigudo se cubre con una camiseta al pasear por una playa porque le avergüenza su cuerpo, ¿debemos prohibir este atuendo porque atenta contra la dignidad de la gente con sobrepeso?

Si lo que ofende es que el rostro vaya tapado, entonces habría que prohibir bufandas, cascos de motocicleta e incluso flequillos largos y melenas que puedan cubrir accidentalmente la cara. De hecho, parece que por ahí van los tiros en algunos lugares donde surge la prohibición de cubrir el rostro en espacios públicos cerrados. Dicen que es para que en todo momento pueda identificarse a la gente. Lo curioso es que hay muchísima gente de acuerdo con estas medidas. Si no se trata de un simple caso de islamofobia justificada con pobres excusas, entonces es tristísimo el grado de sumisión al que hemos llegado. Recordemos que las fuerzas del orden ya pueden identificar a cualquier ciudadano sin haber leyes que obliguen a ir completamente descubierto en todo momento. ¿Deberíamos pegarnos el carné de identidad a la frente para facilitar la labor de identificación? Ahora resulta que quien desea no ser identificado es siempre un ladrón terrorista radical, peligroso e inmoral que atenta contra las sanas costumbres. Hace falta una imaginación muy pobre para no ser capaz de imaginar casos perfectamente legítimos para desear no ser identificado; por ejemplo, puede que la persona que oculta su rostro lo haga para resguardarse del siempre excesivamente frío aire acondicionado, puede que quiera evitar ser reconocida por un enemigo de la infancia, puede que lleve una mascarilla para evitar el contagio de alguna enfermedad, puede tener alguna pústula que desea ocultar, puede que sus amigotes le hayan gastado la broma pesada de pintarle la cara con tinta indeleble y puede que simplemente le apetezca llevar la cara oculta en ese preciso momento. También hace falta una imaginación paupérrima para no darse cuenta de que un personaje malintencionado sólo tiene que caracterizarse adecuadamente para poder dar un gran golpe con el rostro aparentemente descubierto pero sin posibilidades de ser identificado con éxito. Obligar a llevar la cara al aire dentro de los lugares públicos cerrados es arbitrario, no aumenta la seguridad real y sirve para extender un peligroso clima de sumisión y sospecha.

Volvamos a los casos de mujeres obligadas a llevar prendas «indignas» en contra de su voluntad. Si esto pasa, entonces el problema no está en la ropa y no se resuelve prohibiendo la ropa. La ropa no es más que un síntoma de algo grave. Prohíbase el burka (escasísimamente utilizado en España, por cierto) y desaparecerá la ofensa a la vista, pero la opresión seguirá manifestándose por vías más difíciles de detectar. El problema real está en los malos tratos y en las coacciones, no en un velo aquí y allá.

Hay situaciones, por supuesto, en las que la libertad de vestuario se ve restringida. Tales casos responden a un evidente interés práctico. Por ejemplo, el albañil ha de proteger su cabeza con un casco. El burka no es especial en este aspecto.

Las leyes de naturaleza moral no tienen base en el actual marco constitucional español. Si las cosas funcionaran bien, las restricciones morales al vestuario no durarían mucho tiempo o ni siquiera serían planteadas. Si las cosas funcionaran bien, insisto.


Categorías: Actualidad, Derechos

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